Que los lobos causan daños es algo innegable. Así ha sido durante   miles de años de convivencia con el hombre, de ahí el ahínco por quitárnoslo de en medio, cuestión que parece harto difícil, condicionando  que al final  la sociedad moderna en la que vivimos haya decidido protegerle y conservarlo dado que forma parte del patrimonio biológico que por múltiples razones debemos de mantener, por mucho que  algunos digan que no valen para nada.

De momento, los  nuevos trabajos científicos  demuestran que donde hay lobos en la Península Ibérica, la ganadería en extensivo sufre menos  la virulencia de la tuberculosis, enfermedad que en España obliga a  matar la nada despreciable cifra de  40.000 vacas al año.

Pero con el tema del lobo, el conocimiento va poco más allá  del recuerdo de los viejos programas de Félix Rodríguez de la Fuente,  el resto del conocimiento  del ciudadano común se limita a leyendas e historias  o a  información periodística sobre ataques y más ataques.

Hablando de ataques de lobos, nuestra primera experiencia en el FAPAS tuvo lugar  ya hace un par de décadas en el Parque Natural de Somiedo, cuando  técnicos franceses  estudiaban al lobo y su influencia sobre  las poblaciones de ciervos. Ellos gestionaban   reservas de caza en Francia  donde el lobo no habitaba y los trofeos franceses resultaban  de menor calidad respecto de los del espacio protegido asturiano, lo achacaban a la fuerte selección que sobre la población de ciervos ejercían los  lobos, resultado final, excelentes  machos de ciervo con  magníficas cornamentas.

El estudio se centraba principalmente  sobre un grupo familiar de lobos ubicado en una zona de la alta montaña somedana.  Durante años los lobos pasaron desapercibidos  pese a la abundancia de ganado doméstico en las épocas veraniegas, nunca  habían causado daños pues su especialización  en la caza de ciervos y jabalí, satisfacía todas sus necesidades tróficas.

Un lobo pasa por delante de la cámara de FAPAS con el alimento para  su camada, un resto de ciervo.
El mundo de la caza argumenta que ellos, los cazadores, son los que ayudan a mantener el equilibrio ecológico en la naturaleza.  Nada hay más incierto. La caza  es una constante alteración de procesos ecológicos naturales.
Querer sustituir a un depredador como el lobo es un error muy extendido. El lobo es el auténtico  sostenedor de un equilibrio  en la naturaleza que si se le deja   cumplir con su función ecológica y no se le persigue, mantendrá un  comportamiento alejado del constante acoso al ganado doméstico

Un buen día, un funcionario del Parque Natural de los que  se supone deben de proteger  a la fauna, descubrió el grupo familiar de lobos y quizás alarmado y considerando que eran muchos, decidió por iniciativa propia acecharlos y eliminar unos cuantos.

No pasaron muchos días en los que aquellos lobos que nunca habían causado daño alguno al ganado doméstico, modificaron su conducta y  comenzaron a matar terneros a un  ganadero vecino del pequeño pueblo de Perlunes.

Comprobamos sobre el terreno por primera vez qué  es lo que sucede cuando a un grupo familiar de lobos se le eliminan  ejemplares. Los que sobreviven, son incapaces de  continuar alimentándose de manera natural de presas salvajes cuya captura exige un esfuerzo de grupo y quedan condicionados a seleccionar presas  de menor dificultad de captura, entre ellos  el ganado doméstico.

La acción de caza que llevó a cabo el funcionario  es lo que se considera de manera técnica  como la desestructuración de un grupo familiar de lobos, una acción desestabilizadora con graves repercusiones ecológicas y económicas, pues  al cambio de  selección de presas incluyendo las domésticas, hay que añadir que  es posible que  esa acción indiscriminada  haya matado a la hembra  dominante, más visible y por tanto más expuesta a morir de un disparo.

Si ha sido así, el  grupo de lobos superviviente compuesto con seguridad por varias hembras jóvenes modificará a su vez  su conducta reproductiva, favoreciendo la entrada en celo de esas hembras jóvenes.

Es decir, que el resultado final de una acción desacertada  como herramienta de gestión e ignorante en materia de  biología y ecología creyendo que matando lobos le hacía un favor al mundo ganadero se convirtió, y es un hecho real acaecido en Somiedo, en una situación de pérdida de economía ganadera por incentivar precisamente los ataques de los lobos a los terneros.

Vaca  acompañada por su cría. Podemos  comprobar la fuerte mordedura  de lobo que sufre el ternero. Un ataque  producido por un ejemplar que no trabaja en equipo y tiene  muy posiblemente que buscar alimento de manera constante en presas fáciles como los terneros.

Pero lo más lamentable, inició posiblemente un proceso de desestabilización de la ecología del lobo en el territorio,   favoreciendo que donde había  un grupo familiar  con un solo parto de una hembra dominante, muy posiblemente criaran dos o más, iniciándose un proceso de  dispersión de lobas parideras  que generan   sub grupos familiares compuestos  tan solo por un macho y una hembra, cuya capacidad de alimentación nada tiene que ver con el grupo de lobos original.

La problemática del lobo actualmente en Asturias  es muy compleja y sin duda habrá circunstancias específicas vinculadas a los daños en determinadas zonas que precisen de acciones de gestión muy concretas. Pero en general, una gestión anárquica como la que se lleva a cabo desde hace años, basada exclusivamente en matar todo lobo que se ponga por delante, será la garantía de que el problema no tendrá fin.

Artículo de opinión de Roberto Hartasánchez, Presidente de FAPAS, publicado  en el diario La Nueva España