El hayedo saluda al sol primaveral y las plantas del sotobosque aprovechan que con la caída de la hoja y la lenta reactivación de las hayas, los rayos alcanzan todos los rincones para despertar de los meses más fríos y completar su ciclo vital.
Prímulas, violetas, arandaneras, helechos, lirios silvestres, etc, colorean el paisaje. Los musgos (briófitos), muy abundantes y variados, colonizan las bases de los troncos y las piedras dando al bosque un aire encantado en el que no sería extraño cruzarse con el busgosu o alguna xana despistada mirando su reflejo en el agua.
También las aves se muestran más activas; surcan el cielo haciendo cabriolas, realizan llamadas y cantos, arreglan sus nidos, y es que…como bien dice el refrán: “marzo añerarzo, abril hueveril y mayo pajarayo”. Y aunque todo suena muy idílico…las zarzas hacen que no lo sea tanto.
La pradera se ha transformado en un mar de escobas, brezales y ramas y troncos de árboles jóvenes ocultos por una maraña de zarzas. El esfuerzo para limpiar y acondicionar el terreno de plantación se multiplica debido además a las zancadillas que los larguísimos tallos te echan continuamente, cualquiera diría que jugamos al cascayu viéndonos saltar aquí y allá a la pata coja.
Pero a pesar del tremendo y laborioso trabajo, del calor y el sudor, de las brisas traicioneras que se deslizan por la nieve antes de llegar a nosotros dejándonos helados de repente, de los arañazos y pinchazos, y de catar alguna que otra vez el suelo por las zarzas…cuando observamos la tarea realizada y el nuevo aspecto del lugar…todo se compensa.
Antes de fin de año, estas viejas fincas, hoy abandonadas para su uso agrícola, estarán plantadas con más de tres mil árboles cuyos frutos nunca serán recogidos y su aprovechamiento será de manera exclusiva por la fauna salvaje. Recordamos que es un proyecto de ALIMERKA en colaboración con EULEN y como no, con FAPAS.
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