Dicen los científicos que muchas especies tienen mayores dificultades para adaptarse al calor que al frío. El primer recurso para combatir el calor es ALEJARSE de él; ya sea refugiándose en sitios frescos y sombreados o poniéndose A REMOJO como el Oso, para evitar la deshidratación. Pero los efectos del calor sobre las especies silvestres dependen directamente de su fisionomía…
La mayoría de los mamíferos pueden activar mecanismos como SUDORACIÓN y JADEO para incrementar el enfriamiento por evaporación, en respuesta a una alta temperatura corporal. Además, aquellos que están cubiertos por un tupido pelaje como los osos, suelen tener extensas redes de vasos sanguíneos, ubicadas en zonas de piel desnuda, para facilitar la pérdida rápida de calor (como por ejemplo, el hocico o las almohadillas de las patas).
La muda de los Osos coincide con las altas temperaturas estivales, entre junio y agosto, dejando una pelambrera mucho más rala que se vuelve densa en otoño.
La modificación de patrones de comportamiento (ajustando los puntos de máxima actividad a la primera y últimas horas del día), y los baños de agua o barro, son otros mecanismos para reducir la temperatura corporal.
¿Sabías que…?
Los osos son mamíferos, y por tanto de sangre caliente (endotermos).
Eso no quiere decir que vayan siempre por ahí, montando broncas… (como asustar a paseantes octogenarios indefensos, o atacar a sus congéneres hasta matarlos). Más bien se trata de que su temperatura corporal puede mantenerse relativamente constante, a pesar de las fluctuaciones térmicas del ambiente, gracias a que han adquirido la capacidad de generar su propio calor corporal, a través de complicados procesos fisiológicos.
Aunque claro, siempre dentro de unos límites, ya que como hemos visto, también necesitan adaptaciones morfológicas que les ayudan a mantener el calor corporal o a disiparlo para no sobrecalentarse, según las circunstancias.
“Según cuenta una leyenda de los indios de Norteamérica, el OSO enseñó a sobrevivir a los humanos en la naturaleza: les dijo lo que podían o no podían comer, y con qué recursos podían contar según las estaciones. Pero antes de que los Osos llegasen a confesarles su más preciado secreto, los humanos, “como prueba de agradecimiento”, decidieron que lo mejor era acabar con ellos, temerosos de su gran poder. Desde entonces, como no sabemos cómo hibernar, debemos poner la calefacción a tope, si queremos sobrevivir al invierno, mientras los sabios osos duermen plácidamente en su cubil, a coste Cero, sin generar huella de carbono. Cuanto mejor le habría ido al Planeta si alguien pudiese desconectarnos, al menos 3 o 4 meses al año…”
La Hibernación de los Osos: una respuesta a la abundancia estacional de comida
Con gran tamaño, y fuertes exigencias nutricias, resulta difícil encontrar presas abundantes durante el invierno, ya que el frio y la nieve condicionan la existencia de plantas verdes, frutos comestibles o insectos. En esa tesitura, los osos de regiones frías solucionan la penuria hibernando, momento en el que pierden más del 30% del peso corporal, adoptando una latencia parcial. Una vez superado el momento crítico, en el que no comen ni beben, y viven a expensas de sus reservas de grasa, recuperan rápidamente el peso, a ritmo de 1 kg diario, si hay buena oferta trófica.
La energía que soporta el sueño invernal de los osos procede de la grasa acumulada en la zona de los riñones (hasta 20 cm. de grosor que supone el 40% del peso otoñal), gracias a una ingesta compulsiva de montanera (castañas, bellotas, hayucos...). El reciclaje de la urea producida en la excreción, para sintetizar proteínas, es otra de sus peculiaridades fisiológicas.